Lanza by Nicola Griffith

Lanza by Nicola Griffith

autor:Nicola Griffith [Griffith, Nicola]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Bookwire Spain
publicado: 2023-09-20T23:00:00+00:00


EL SOL TODAVÍA brillaba cuando descendió por el sendero y cerró la puerta de Nimuë tras ella. Pese a la luz, Caer Leon parecía pequeña y apagada, insulsa, una masa de madera basta y suelo mugriento. En los establos, Huesudo y Broc parecían sorprendidos de volver a verla tan pronto, y Peretur recordó, una vez más, que el tiempo transcurría de otra forma a la orilla del lago. Los acarició un poco y les prometió que más tarde les daría un paseo y algo rico de comer.

Desde fuera, en el patio de armas que se extendía al otro lado del fuerte interior, le llegó el chocar de espadas, algún que otro grito, carcajadas. Los Compañeros se estaban entrenando, una mitad a pie y la otra a caballo.

Se apoyó contra la empalizada de madera tosca junto a las lanzas de práctica, cruzada de brazos, y observó. Qué lentos parecían, qué ridículos, vestidos de aquel cuero de alta estofa.

—¡Ah de Per el Bonito! —voceó Cei, quitándose el casco. Con una inclinación de cabeza indicó a su compañero de entrenamiento que prosiguiera el ejercicio y se acercó—. ¿Dónde estabas? De nada sirve irse de morros solo porque Artos esté de mal humor. Ya cambiará de opinión. Mientras tanto, los eingl se aglomeran y yo tengo que ver cómo luchas junto a otros. Ve por tu espada.

Peretur se fijó en Cei, en aquellas piernas musculosas tan separadas, aquel pelo rubio pegado a la cabeza, aquellas ostentosas armas de cuero verde y amarillo, y de pronto le dieron muchísimas ganas de golpear algo. Cei serviría.

Dándose impulso se separó del muro, cogió una de las lanzas despuntadas y la giró entre las manos.

—No necesito espada.

Cei la estudió. Después se volvió y gritó por encima del hombro a un hombre compacto de pelo castaño:

—¡Llywarch! Vamos a ver lo que tarda nuestra nueva formación en bajarle los humos a este cachorro insolente.

Un puñado de los Compañeros que practicaban a pie se pararon a mirar. A un gesto de Llywarch, dos de sus hombres, uno diestro y otro zurdo, solaparon sus escudos redondos. Llywarch, en el centro, empuñaba una pica a dos manos, apuntando por entre los escudos; los otros empuñaban sendas espadas en manos opuestas a ambos extremos.

—Lo llamo la punta —dijo Cei—. Está diseñada para…

Peretur los derribó en tres rápidos barridos: primero, golpeó en las piernas desde abajo al hombre situado a la izquierda de la punta, que era su derecha; al caer este, giró la lanza, se dio la vuelta y dio un porrazo a Llywarch detrás de la cabeza; por último, de una feroz arremetida detuvo el avance del escudo del tercero e hizo que se tambaleara hacia atrás, tan rápido que las piernas no pudieron alcanzarlo, tropezó con la pica caída y se precipitó al suelo. Peretur, sonriente, dio vueltas a la lanza con las manos, una dura exhibición de músculo y hueso. Iba a derrotarlos a todos, uno a uno y sin miramientos.

Uno de los jinetes adelantó su montura negra con las rodillas, alargó una mano y tiró del hombre diestro para ayudarlo a levantarse.



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